ELDE - reto 10

Hacer una historia con un protagonista que evoque mi niñez. 

[Este relato esta basado en hechos reales]


Érase un día soleado y frío de Navidad en Amityville, los árboles estaban llenos de copitos de algodón. Los rayos del sol se colaban por la ventana que caían por mi cuerpo. ¡Qué tibio y agradable era el sol de aquella mañana! Allí me encontraba yo; en medio de aquella sinfonía etérea. ¡Cuánta melancolía! Si, crean o no, aunque fui perro, no la deje de sentir cuando me tuve que marchar. Pase tantos años creciendo con mi ama, que logre percibir casi todo lo que un humano podría sentir.

La Navidad siempre fue una de mis épocas preferidas. ¡Los aromas! Los aromas en el aire de los suculentos guisos y todo lo que mi olfato pudiese oler a comida. Ver toda la estancia adornada con luces multicolores, hacer travesuras en las ramas frescas del árbol de navidad y la cocina, todo eso enloquecian mi peculiar vida perruna.

Una noche de ese dia tan especial, todos se largaron a la planta alta y me dejaron solo. El olor a comida me estaba transformando como el personaje de la historia de Jekyll and Hyde. ¡No! No es broma. Lo malo y lo bueno querían controlar mis actos, no sabía qué hacer, o quizá por dónde comenzar. Sin pensarlo más, salí corriendo para la cocina; luego me avalance sobre la mesa abriendo por completo mis poderosas mandíbulas. ¡Wow! ¡Qué banquete tan delicioso! aullé de contento.

La tentación fue más poderosa y comencé a devorar los salchichones. Después pase al pavo, mis mandíbulas no paraban de triturar semejante pajarón, bañado de exquisitas salsas que lamí y relamí hasta quedar cansado. Pero aun así, no paré, seguí engullendo el jamón horneado con piña y cerezas, que estaba de chuparse la pata. !MMmm estaban riquísimos! Comí a toda velocidad, todo pasó tan rápido que perdí la noción del tiempo. ¡Oh perra madre mía! La mesa era un completo desastre y, enseguida comencé a sentirme mal, sentía ganas de vomitar.

De pronto, escuche los pasos de mi ama, estaba asustado, casi no podía mover el cuerpo. Si hacía un movimiento rápido llegaría a explotar. No supe que hacer, lo único que vino a mi mente fue quedarme quieto y en silencio. Sabía que lo que había hecho me costaría quizá hasta la vida. Lo único que se me ocurrió fue saludarla moviendo la cola con mi típico ¡Guau! ¡Guau! Woof, woof! desentonado.

Justo cuando entró a la cocina, un grito desgarrador hizo levantarme en un ¡Zas! luego cai de nuevo al piso. Estaba muy asustado que la única autodefensa de mi intuición fue gritar ... digo aullar. Aaauuuu… AAauuuu… AAauuuu. Por unos segundos lo único que se escucharon fueron nuestros gritos fantasmales. Para mi buena suerte, no me castigaron. Pero se fueron a cenar a un restaurant, dejándome solo con un patético y desabrido hueso.

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