La Espía Que Me Odió I:

¿Quién asesinó a Steven Mackelly?

Comienza así el primer caso de los detectives privados. Con una vibrante y enloquecida persecución por los lugares más insólitos, exóticos, encontrándose con distintos seres retorcidos y extraños.


El detective Smart y su asistente Monkin Donnas pasaron al interior de la mansión y se encontraron con una escena macabra. Un fuerte aroma a perfume de mujer y café envolvía el tenebroso espectáculo. Smart se desprendió de su abrigo en el congelado silencio para estar más confortable, sacó su libreta, su bolígrafo azul y comenzó a escudriñar el cadáver. Aunque acostumbrado a los horrores anatómicos, se estremeció al levantar aquella cabeza cercenada del cuerpo. Tenía diminutos arañazos en forma de media luna por su mentón pálido, el resto estaba intacta.


Un joven policía de uniforme se dirigió a ellos con libreta en mano.


—¿Se sabe ya quién era? - pregunto Smart. 

—Se llamaba Steven Mackelly, un famoso cirujano. 

—De acuerdo agente, permanezca aquí. —ordenó, mientras observaba a su alrededor.


Aquella escena le pareció particularmente grotesca y cruel; siguió tomando notas y al levantar la vista una pintura extraña fuera de lo normal captó su atención. Una bella, voluptuosa y desnuda fémina aparecía provocativamente dejando caer en su boca un líquido viscoso y blanquecino desde una copa. Un impulso lo hizo inclinarse para bajar el cuadro y una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro al reconocer a Vicktorina Sikret, la famosa modelo de lencería rusa. La voz fresa de Monkin Donnas, su inseparable ayudante, lo extrajo de sus pensamientos.


— Este caso me huele a petite mort.  —asumió parpadeando los ojos.

—¿Qué le hace deducir eso? —cuestionó Smart, mientras miraba la firma bajo la lupa sonriendo incrédulo.

—¿Qué no siente ese exquisito aroma a café mezclado con sudor y sexo? —dijo, aspirando por la nariz, mientras revolvía las sábanas. 

—Yo percibo el olor a muerte.  —respondió Smart, frotándose las sienes con ambas manos.

—¿Cuál será el misterio de esa pintura? la beldad de la mujer o la copa de semen? —preguntó, Donnas.

—Caramba, parece usted tener el pensamiento muy caldeado. —respondió, devolviendo el cuadro a su lugar.

—Soy muy observador, además de intuitivo. — replicó, indignado.

—No lo tome a mal. Pero puede ser un ardid. —argumentó Smart, mientras su vista vagaba por el amplio dormitorio. 


La decoración era extravagante, pero sus ojos cayeron en dos repisas metálicas que apilaban libros de novelas eróticas de la época victoriana y de literatura sadomasoquista. Uno de ellos le atrajo especial atención. Se titulaba “Los pecados de las ciudades de la planicie” una novela que expone los secretos de los Mary-Ann victorianos. El detective extendió la mano para sacar el libro, al abrirlo se encontró con la página ‘Sadismo y Masoquismo’, la cual contenía un breve texto subrayado con plumón amarillo.


«Juegos crueles y perversos para disfrute homoerótico victoriano.» leyó con entusiasmo, cuando de nuevo fue interrumpido por su temperamental compañero.


—¿Encontró usted alguna pista particular en el occiso? — preguntó.

—Oh, sí. Esta cajetilla de cerillos vacía. Vea usted, es del Moulin Rouge —dijo, cerrando el libro, y devolviéndole a su lugar. 

---Este caso me recuerda al Olimpo con las doce Mary-Ann. !Que poético! 

 —¡Oh! Usted ha leído demasiadas novelas eróticas.  —replicó Smart.


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